"caminante no hay caminos, caminante al andar, caminante son tus huellas, el camino nada más... se hace el camino al andar".

martes, 21 de mayo de 2013

HUACACHINA


Un oasis perdido en el desierto costero del Perú




Son los primeros días de enero y Huacachina se ha vuelto un estupendo paraje de nuestra travesía por el Perú. Sus tardes soleadas de verano son verdaderamente gratas, deslumbrantes y muy distintas entre sí.

El pueblo de Huacachina (también llamada laguna de Huacachina) es un exótico oasis en la costa suroeste del desierto peruano. Un paradisíaco lugar en medio y en los profundo de las altas dunas de arenas blancas, con más hoteles y albergues turísticos que casas. Se encuentra a 5 kilómetros de Ica, la ciudad principal y a 4 horas de Lima, la capital peruana. Vive gracias a una laguna color esmeralda que se renueva constantemente por medio de filtros subterráneos, en el corazón de este idílico balneario. Vestida de altas palmeras, enormes eucaliptos, ostentosos hoteles, llamativos restaurantes, pequeñas ferias artesanales y un gran malecón a su alrededor, logra configurar uno de los puntos turísticos más codiciados del país. Transformándose en un verdadero espejismo del desierto y en un punto de descanso ideal para todo viajante. Sin embargo, al ser tan pequeño el pueblo con forma ovalar prácticamente demoras en conocerlo un poco más de lo que demoras en llegar.

Desde la ciudad de Ica realicé una pequeña desviación en taxi que me tomó sólo cinco soles (US$2) y seis minutos en llegar. El taxista me dejó a las afuera del hotel Carola del Sur. De forma inmediata tomé la habitación más económica del tercer piso, donde alberga a todos los mochileros, llenas de camas y una hilera de cuchetas; sin discriminar género, procedencias ni estatus social. Parecía la habitación de Gran Hermano.

El clima árido, propio del desierto, posee un impetuoso sol que sabe abrumar si uno no sabe cuidarse bien y de vez en tanto acobijarse en la sombra. Para mi suerte y la de muchos, estaba la piscina de este sublime y confortante hotel ajardinado en el que me hospedé los primeros días, logrando apaciguar así las altas temperaturas. Inclusive por las noches. Las temperaturas pueden llegar a niveles tan altos de calor a eso del mediodía que, de forma anecdótica he de contar, toda la ropa que lavé en esos días rápidamente en las duchas y posteriormente colgué en el tendedero, no solo quedó de manera instantánea seca en los siguientes 15 minutos, sino también impecablemente planchada para mi sorpresa.

Como en muchas partes y Huacachina no es la excepción, aquí coexisten mitos y leyendas, principalmente en torno al silencioso lago, que a ratos se aprecia ver cómo lleva de paseo a turistas en sus coloridos botes a pedal rentados. Apacible y quieto a la vista, se cuenta que vive una sirena en sus profundidades dispuesta a llevarse a cualquier turista que ose tocar sus aguas. No obstante, la leyenda de donde parte esta mitología y la que más destaca es de la doncella Huacca China, la que le otorga el nombre y origen al lugar. Yo sólo metí mis pies hasta las rodillas para refrescarme un poco cuando me acerqué por sus playas. No pensé que se podía nadar, hasta que vi por la tarde todo un hatajo de niños y adultos chapoteando en la orilla. Seguramente por temor a la sirena no se metían más adentro.


Mientras paseo por los pasillos y caminos del jardín bien aclimatado del hotel, pongo atención a mi alrededor y los acentos son variados. Las personas que vienen aquí son de diversas procedencias y por diferentes razones: por un lado, la aventura y la adrenalina que les genera sumergirse en el desierto a practicar deportes extremos, pero por el otro, a relajarse y a desconectarse  de sus atareadas vidas durante el año en un turístico y selectivo rincón de descanso, donde también dan grandes fiestas.

Muchos europeos, por cierto. Mayoritariamente colonias francesas.

En lo personal nunca había hecho Sandboard (y ningún otro deporte sobre tabla), hasta el día que llegamos. Nos inscribimos en el hotel y compramos inmediatamente un tour por dos horas durante la tarde. Al cabo de cuatro ya estábamos en los costados periféricos a las afueras de Huacachina, internos aún más en el desolado desierto. Nos movilizamos en Buggies, dando enormes saltos y extravagantes piruetas a toda velocidad a través de sus férreas, portentosas y colosales dunas, para terminar con el deporte en tabla sobre arena en un lugar estratégico. Los gritos y euforia de todos en los areneros de cuatro ruedas era similar a esos juegos de gran altura en los Parques de diversiones. A más de uno se les voló el gorro.

El protocolo del Sandboard en este lugar es básicamente así: primero te dejan sobre una pequeña duna con una altura inclinada de unos 30 metros aproximados, para pasar a las siguientes que son consideradamente más elevadas, de unos 200-250 metros. El guía turístico que nos tocó -y responsable de los alocados saltos en el Buggy- al parecer era más osado que sus demás compañeros, pues nos llevó de inmediato a las más altas. Cuando miré hacia abajo sólo tuve un pensamiento rápidamente segundos después que me explicaron cómo tenía que lanzarme (¡Y solo!): “o me mato o me quito el miedo de un sopetón”. Y a decir verdad –a pesar de los prejuicios aparentes– no sólo no me maté, sino que lo pasé increíble, por más que en mi primer deslizamiento perdí el control de la tabla, ésta me llevó a toda velocidad sin mesura a trancas y barrancas, y terminé rondando en la arena un poco antes de finalizar. A pesar de quedar todo arenado, ya quería que nos llevaran a las siguientes dunas y repetir de vuelta el proceso. Al cabo del segundo o tercer desliz cuesta abajo comencé a tener el control y algo más que técnica. Fue ahí donde nos hicimos nuestros primeros amigos de la aventura: Una pareja de ecuatorianos, un grupo de argentinas y dos franceses.

Mi estadía en Huacachina después de esa tarde fue en ascenso. En los días sucesivos nos mudamos a un camping con nuestras carpas, donde alojaban nuestros recientes amigos, sin dejar de faltar a las piscinas de los hoteles (a veces de forma ilegal, pues nadie controlaba). Y se pasó “chévere”, como decía una de las chicas ecuatorianas de ahí. En el camping se sumaron nuevos amigos, mochileros de diferentes partes: una española (Barcelona), dos cordobeses y un brasilero. Fue así como las noches se volvieron fogatas, el silencio en guitarreos, los piscinazos durante día en excursión nocturnas por las dunas, las comidas insípidas a fuego lento en pizzas caseras entre amigos, las historias y conversaciones en altas risas y por sobre todo, mucha diversión.

Es por eso como creo, en lo personal, que Huacachina se convierte en un excelente lugar y un punto turístico ideal donde allegarse y para conocer nuevos amigos, que a pesar de estar escondido en el desierto y entre ciudades, vale la pena encontrarlo. Sin nada que envidiar a los oasis del medio oriente y oriente próximo. Huacachina es considerado uno de los 101 lugares increíbles por conocer, según un blog hermano especialista en turismo, y ahora, según mi opinión: que todo viajero o mochilero si pasa por Perú, no puede por ningún motivo dejar de visitar.

Al cabo de tres días tuvimos que continuar (mi compañero de viaje y yo). Después de todas las anécdotas vividas aquí, tuvimos que seguir con nuestro increíble periplo. Pues nos esperaban nuevos puntos turísticos y personas todavía por conocer. Y muchas cosas en lo puntual por escribir. Llevándonos de Huacachina no sólo buenos momentos, nuevos amigos y un tono más bronceado, sino también una mochila llena de historias interesantes que contar. Y he aquí, el primer vestigio.