"caminante no hay caminos, caminante al andar, caminante son tus huellas, el camino nada más... se hace el camino al andar".

viernes, 22 de marzo de 2013

Amigos

Imagen borrosa, pero valiosa.


Ésta es una de las pocas y únicas tomas que salimos todos, antes de que mi cámara me abandonara en vida. Ya sufría algunos síntomas, señales varias, entre las cuales una de ellas fue sacar borroso o "desenfocado", para pasar a tomar imágenes en blanco y finalmente quedar en negro. 

Esa tarde, recién llegados, habíamos comprado un tour por dos horas en buggy al interior del desierto, para culminar realizando Sandboard, bajo la tutoría de un guía experto. Fue allí donde conocimos a dos de ellos, una pareja de ecuatorianos (guayaquileños), Silvia y Hugo, muy simpáticos y dos franceses, que terminamos -una vez finalizado el tour- invitando a la piscina del hotel a refrescarnos del calor y tomar unas cervezas. Me dijeron "no lleve su cámara o llévela dentro de una bolsa por protección, por las ventiscas de arena que hay en el desierto", y yo, encaprichado de que quería fotos y -a pesar que llevé una- sabiendo que una bolsa distorsionaría las fotos, llevé la cámara de todas formas. En efecto, saqué increíbles fotos, pero también terminé asesinándola. Las arenas del desierto son muy finas y entran muy fácil en el lente o control del zoom de una cámara si ésta está dividida en compartimentos. Así que, para mi suerte, las cartas ya estaba tiradas sobre la mesa, puesto que iniciando mi viaje ya no tenía más fotos que tomar. Tuve la esperanza de arreglarla en todos los puntos que fui parando posteriormente, pero nunca logré mandarla a ningún técnico. Pasé a tomar fotos con mi celular que posteriormente (mucho más adelante) me la hurtaran, para finalmente pasar a mendigar fotos en las cámaras de amigos. Venga, ¡no me quedaba de otra!, así logré armar un escuálido e híbrido álbum a través de distintos lentes, con la tristeza y frustración de no tomar mis propias fotos (súmenle mi compulsión de sacar fotos a las cosas), ante las formas y en los momentos que yo quería. 

Volviendo al eje de esta publicación, fue así que luego de conocer a esta pareja de ecuatorianos (los franceses estuvieron un rato y luego se marcharon) nos quedamos junto a ellos toda la noche (mi amigo Edgar y yo) y nos fuimos a comer pizza al restaurante del recinto. Cuando terminamos, acompañamos a Silvia y Hugo a buscar algo de caño al camping donde se quedaban (a pesar que el taxista nos dijo que no habían tales zonas de camping por el lugar, razón por la cual nos llevó hasta hotel que nos quedamos hospedando. Ahora entendemos que existen convenios entre taxistas y hoteles, siendo los turistas la "mercancía" de canje) y fue allí donde se encontraba el resto de las personas/vecinos de carpa de los ecuatorianos/futuros amigos, conversando de los más campante debajo de una incipiente luz de un poste, en una de esas mesas y sillas de plástico frecuente en jardines, que más tarde conocimos entre botellas y una atmósfera agradable. Los invitamos a todos nuevamente a las terrazas del hotel, a seguir brindando y a reírnos, literalmente, del mundo y las vicisitudes de cada uno.

Finalmente una persona nos tomó una fotografía a todos. Se los presento: todos ellos son nuestro primer gran grupo de amigos que tuvimos el privilegio de conocer. Ellos son: Silvia y Hugo, la pareja de ecuatorianos; Martín y Matías, los amigos de Córdoba; Marta, de España; Álvaro, de Brasil; Edgar, de Perú y yo, quien les escribe. (No siguen el orden de la imagen, los agrupé a medida que me iba acordando y según el lugar de procedencia).

En los días sucesivos nos mudamos al camping, pero seguimos disfrutando de los privilegios de hotel (¡piscina y baños para todos!), almuerzo en conjunto, noches de fogata, pizzas (donde se sumaban más personas del camping), guitarreo y expediciones nocturnas por las dunas. Sin embargo, al cabo de tres días, partimos. Con Edgar tuvimos que continuar con nuestra travesía.

FE DE ERRATAS
Debo mencionar que, entre las nuevas personas que se sumaron aquella noche a la fogata, había un italiano (junto con su novia, pero ella se sumaría más tarde a su viaje ya de meses) que únicamente viajaba, mochileaba propiamente tal, sin nada más y aparte de su mochila, con una hamaca. Su Hamaca. Decía que no necesitaba de carpas, que por el clima que hay en Sudamérica sólo necesitaba la Hamaca, su fiel compañera de viaje. "Quien" le permitía sentir el aire fresco del ambiente. Aire de libertad. Y con ella, recorría el mundo.
Evidentemente también pagaba hostales. Para qué nos vamos de chamuyo.

jueves, 21 de marzo de 2013

El desierto peruano

La travesía inició en el desierto al sur del Perú. A medida que tomábamos altura y kilometrajes, el cielo se volvía naranja y un sol circunvalado perfectamente que se iba escondiendo entre las nubes, en un mar a lo lejos del desierto. Es por el efecto de las alturas que veía una puesta sobre nubes y no directamente en el mar, que de todas formas se mostraba tímidamente a lo lejos. Son en estos momentos donde quisiera tomar una fotografía, pero tenía la cámara fotográfica bien guardada en el bolso y seguramente en unos segundos, en una curva no premeditada, perdería de golpe todo el cuadro asombroso y una cámara en desuso entre mis manos. Preferí contemplar esos maravillosos segundos de paisaje, más bien. Las áridas tierras del desierto a ratos se iban mezclando con distintos valles, según las curvas que tomábamos a medida que profundizábamos más al interior de la región, donde moran vacas y sacan de ellas la famosa leche evaporada marca Gloria. A ratos verdes, a ratos gris. Pero un gris entremezclado con naranjo, borgoña y un raro rosa grisáceo.
Al cabo de 16 horas en colectivo, pasando por la provincia de Arequipa y Nazca, llegamos a la ciudad de Ica, donde tomaremos un desvío en taxi a la apartada localidad de Huacachina, un oasis en medio del desierto, escondido entre dunas de gran paraje para turistas. Allí estaremos tres días y conoceremos a los primeros grandes amigos del peregrinaje.