La travesía inició en el desierto al sur del Perú. A medida que tomábamos altura y kilometrajes, el cielo se volvía naranja y un sol circunvalado perfectamente que se iba escondiendo entre las nubes, en un mar a lo lejos del desierto. Es por el efecto de las alturas que veía una puesta sobre nubes y no directamente en el mar, que de todas formas se mostraba tímidamente a lo lejos. Son en estos momentos donde quisiera tomar una fotografía, pero tenía la cámara fotográfica bien guardada en el bolso y seguramente en unos segundos, en una curva no premeditada, perdería de golpe todo el cuadro asombroso y una cámara en desuso entre mis manos. Preferí contemplar esos maravillosos segundos de paisaje, más bien. Las áridas tierras del desierto a ratos se iban mezclando con distintos valles, según las curvas que tomábamos a medida que profundizábamos más al interior de la región, donde moran vacas y sacan de ellas la famosa leche evaporada marca Gloria. A ratos verdes, a ratos gris. Pero un gris entremezclado con naranjo, borgoña y un raro rosa grisáceo.
Al cabo de 16 horas en colectivo, pasando por la provincia de Arequipa y Nazca, llegamos a la ciudad de Ica, donde tomaremos un desvío en taxi a la apartada localidad de Huacachina, un oasis en medio del desierto, escondido entre dunas de gran paraje para turistas. Allí estaremos tres días y conoceremos a los primeros grandes amigos del peregrinaje.
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